AMURALLAR EL SUFRIMIENTO

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Había una vez un granjero que se acercó al Buda, teniéndolo por un maestro sabio e instruido. 

El granjero comenzó:
–Maestro, tengo una buena granja, pero a veces hay inundaciones, y otras veces hay sequía, y mis cosechas no crecen tan bien como quisiera. Amo a mi esposa y ella a mí, pero a veces me regaña demasiado. Mis hijos se portan bien, pero demandan mucho de mí y muy a menudo, ¿Qué debo hacer?
El Buda miró al granjero con compasión, extendió ambas manos y respondió:
– Lo siento, no puedo ayudarte con esos problemas.
El granjero se sintió atónito por unos momentos y replicó:
– Espera un minuto. La gente habla maravillas de ti en todos los rincones. Vienen a verte buscando consejo para toda clase de cosas, y se van iluminados.
– Lo siento –repitió el Buda– pero no hay nada que pueda hacer para ayudarte. Cada persona  tiene 83 problemas, cuando un problema desaparece, otro nuevo asoma para sustituirlo, la cantidad permanece siempre igual. No puedo ayudarte con los 83 problemas.
– Bien, dime entonces –preguntó el granjero esperando sacar algo en claro de su visita–, ¿Con qué sí me puedes ayudar?
– Te puedo ayudar con el problema número 84.

REFLEXIÓN:

La vida es difícil; siempre vamos a tener 83 problemas, y si bien podemos y debemos intentar arreglarlos, al poco tiempo va a aparecer el siguiente.

Las cosas se complican y todo empieza a ir cuesta abajo cuando no estamos dispuestos a tener problemas, cuando no estamos dispuestos a tener dolor.

A menudo, las soluciones que buscan evitar el dolor, esas cosas que dejamos de hacer para no sufrir y que nos aportan una falsa ilusión de control, son las que hipotecan nuestra felicidad.

Es el intento de controlar, resolver, reducir o evitar una experiencia dolorosa lo que la vuelve problemática en muchas ocasiones porque nos distancia de nuestro verdadero sentido de la vida. De la vida que deseamos llevar y no nos atrevemos.

Sólo dándole la cara a aquello que nos duele, podemos seguir adelante. El dolor no es un problema a resolver, es algo inherente a la vida que hay que aceptar.

Aceptar el dolor implica que llevaremos la vida que deseamos vivir pese a él, que nuestros miedos no llevarán las riendas y que nuestra conducta y energía estará enfocada en lo que amamos y en vivir una vida que merezca la pena vivir.